1/31/2005

Más sobre Macandé ...

Calambrillos y jaguares, armadillos y habitantes de la jungla de polipropileno: Cada vez que leo algo nuevo sobre el coleguita "Macandé" me se ponen los pelos de punta. Lean, lean:

Gentileza de: http://www.divertinajes.com/jonduras/040601.html



La pena honda de Gabriel Macandé


“Una plaza, una esquina, el pregón se deja oír, el eco atenaza a las gentes en un común escalofrío y las dejas tensas. Unos tonos ascendentes, un quiebro inesperado, un recorte; el reloj está parado, la vida ha detenido su curso. Al rato, alguien se retira, silencioso, consciente de que ha asistido al sacrificio de un hombre. Y lentamente, Gabriel vuelve a recobrar su vida perdiéndola”.
Eugenio Cobo, Pasión y muerte de Gabriel Macandé

Gabriel Díaz Macandé (Cádiz, Barrio de la Viña, 1897-Cádiz, Hospital Psiquiátrico, 1947) es uno de los personajes más auténticos que ha deparado la historia del flamenco. La mayoría de lo que conocemos de él se lo debemos a las investigaciones de Eugenio Cobo. La dificultad de encontrar su libro (Ediciones Demófilo, 1977, descatalogado) y, sobre todo, lo revelador que resulta su repaso en el momento actual del flamenco, justifican estas líneas.
“Gabriel Macandé nació en la oscuridad, vivió en la oscuridad y murió en la oscuridad”, nos cuenta Eugenio Cobo. Su infancia, en el seno de una pobre familia gitana, se desarrolla entre continuos problemas de salud y teniéndose que buscar la vida desde muy pequeño como vendedor de caramelos. Vaya paradoja: cargó con la más amarga de las vidas para endulzar la de los demás.
Gabriel se hizo pronto famoso en toda la provincia por el pregón flamenco con el que acompañaba su venta ambulante. En él se mezclaban (según la inspiración del momento) los tercios de seguiriya, soleá, tangos, bulerías, etc. Todo ello lo hacía con uno de sus caramelos en la boca. Pero, pronto los síntomas de la esquizofrenia fueron haciéndose más patentes y sus rarezas pasaron a ser tan conocidas como sus pregones. Por ello la gente empezó a molestarle llamándole Macandé, expresión que quiere decir loco para los gitanos de Extremadura.
Los que le oyeron cantar dicen no haber escuchado nada igual. Una de las pocas veces que subió a un escenario, al terminar de cantar, tuvieron que echar a la gente porque ningún otro artista quiso salir después de su demostración. Rara vez dejó que compensaran su arte con dinero y cuando algún señorito intentaba pagarle solía montar alguna de sus escenas menos memorables y cada vez más repetidas. Se casó con una sordomuda y tuvo dos o tres hijos con la misma disminución. Esto, junto a la esquizofrenia y la larga temporada que pasó en Ceuta –donde alternó las borracheras de grifa con las de vino–, además de una sífilis y una tuberculosis, enturbiaron su razón.
Los doce últimos años de su vida los pasó en el psiquiátrico, donde, por si fuera poco, un tracoma fue dejándole sin visión. Una de las pocas visitas que aceptaba recibir era la del maestro Manolo Caracol. En una de ellas, sacaron a Macandé al patio y Caracol le cantó un fandango para animarle. Gabriel, en cuclillas y con la cabeza entre las manos, comenzó a cantar, a gritar. Contaba Fernando Quiñones que eran “largos y maravillosos trenos, de gran eco gitano, de pronto sin letra, sin melodía, puro llanto gitano y temperamental”. Caracol lloraba desconsoladamente y se golpeaba la cabeza con los puños.
La escena podría parecer sacada de una película de Luis Buñuel, pero es (con las pequeña deformaciones que siempre nos deja la historia) una realidad como un templo. La realidad de la historia misma del flamenco, antaño concebido como modo de vida; hoy (con mayor o menor dignidad) como una música y, para otros muchos, como una manera de ganar dinero.
Es este lado trágico del flamenco el que lo convierte en una música irremplazable, única, impar, del mismo modo que el latigazo canalla y nostálgico o el despecho hiriente ponen al tango argentino y al fado, respectivamente, en el lugar que le corresponde. El flamenco lleva impreso a fuego los genes de esos gitanos que fueron perseguidos durante siglos y las jornadas sin luz de los mineros, las de los fragüeros o las de los que trabajaban la tierra de sol a sol y los llantos de los privados de libertad. “Un gitano puede ignorar la historia antigua de los suyos, Pero escuchad de cerca una toná, oíd de verdad una seguiriya, dejad resbalar unos tientos por entre los pelos de los brazos. Tal vez, de pronto, veamos algo parecido a la mano de Felipe V firmando en el año 1745 –seguramente sin temblar- un papel que autoriza a la persecución de un gitano”, dice Félix Grande en su Memoria del Flamenco.
Y no estoy de acuerdo con los que dicen que los flamencos de ahora no han pasado hambre para cantar las penas como las cantó Manuel Torre o como Tía Anica la Piriñaca (la que decía “cuando canto a gusto la boca me sabe a sangre”). Las fatigas de las gentes no van sólo en el comer y el cobijo y cada uno lleva las suyas como puede.

1/27/2005

PaCo

PaCo: el ordenata rapsoda. Vean el link.

1/11/2005

"...Yo leo mucho, soy un gran lector..."

"... Yo leo mucho, soy un gran lector.
Leo, además de temas militares,
historia, economía, filosofía. Todas
las noches leo cinco minutos
y me duermo..."

Augusto Pinochet en 1973

moraleja:
niños hay que leer algo más de cinco minutos cada noche para no volverse un cabrón joputa como el pinocho

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