7/28/2004

"Nueva visita a un mundo feliz"

">Link

Os paso unas ideas del doctor Erich Fromm, filósofo y psiquiatra, citado por Aldous Huxley en su libro "Nueva visita a un mundo feliz" (posterior a "Un mundo feliz", fábula psico-thriller de un regimen totalitario del futuro -¿ya casi hemos llegado?- al estilo "1984" de Orwell, escrita a principios del siglo pasado), recomendable para estremecerse este verano al tiempo que uno se remoja los pies en cualquier charco con un porrón de cerveza con gaseosa próximo al gaznate:
"Nuestra sociedad occidental contemporánea, a pesar de su progreso material, intelectual y político, ayuda cada vez menos a la salud mental y tiende a socavar la seguridad interior, la felicidad, la razón y la capacida para el amor del individuo; tiende a convertirlo en un autómata que paga su frustración como ser humano con trastornos mentales crecientes y una desesperación que se oculta bajo un frenético afán de trabajo y supuestos placeres"
y sigue:
"Huyamos de definir la higiene mental como la prevención de los síntomas. Los síntomas no son como tales nuestro enemigo, sino nuestro amigo; donde hay síntomas hay conflicto y el conflicto siempre indica que las fuerzas vitales que luchan por la integración y la felicidad siguen combatiendo todavía"
Huxley se suma haciendo haciendo los siguientes comentarios:
"Donde cabe hallar a las víctimas realmente incurables de la enfermedad mental es entre quienes parecen los más normales"
y se vuelve a apoyar en Fromm:
"Muchos de ellos son normales porque se han ajustado muy bien a nuestro modo de existencia, porque su voz humana ha sido acallada a edad tan temprana de sus vidas que ya ni siquiera luchan, padecen o tienen síntomas, en contraste con lo que al neurótico sucede"
y sigue Huxley:
"Son normales, no en lo que podría llamarse el sentido absoluto de la palabra, sino únicamente en relación con una sociedad profundamente anormal. Su perfecta adaptación a esa sociedad anormal es una medida de la enfermedad mental que padecen. Estos millones de personas anormalmente normales, que viven sin quejarse en una sociedad a la que, si fueran seres humanos cabales, no deberían estar adaptados, todavía acarician "la ilusión de la individualidad", pero de hecho han quedado en gran medida desindividualizadas. Su conformidad está derivando hacia algo que se parece a la uniformidad"
y añade, volviendo a Fromm:
"Pero uniformidad y libertad son incompatibles. Uniformidad y salud mental son incompatibles también... el hombre no está hecho para ser un autómata y, si se convierte en tal, la base de la salud mental queda destruida"
y resuelve el propio Huxley:
"En el curso de la evolución, la naturaleza se ha tomado muchísimo trabajo para que todo individuo sea distinto de cualquier otro individuo (...) Física y mentalmente, cada unos de nosotros es único. Cualquier cultura que en interés de la eficiencia o en nombre de cualquier dogma político o religioso trate de uniformar al individuo humano, comete un ultraje contra la naturaleza biológica del hombre".
Hala pues, ahí queda lo dicho. Buen verano!

 

7/15/2004

EL DEPARTAMENTO

Vivía en un viejo departamento de techos altos y media docena de habitaciones. Todas estaban cerradas con llave. El oscuro pasillo de puertas selladas y lámparas sin bombillas era la garganta de la soledad. Al fondo, en el comedor, se había instalado una pequeña cama. Dormía allí, al calor de la cocina, junto a una ventana ciega, sin sol ni vistas.
En los últimos años, la tristeza le había ganado terreno en la distribución de la casa. Durante un tiempo la mantuvo a raya, atrincherada en la habitación de la entrada. Eran aquellos tiempos en que los niños corrían por el pasillo y el olor a sardinas, a cordero, a bizcocho de chocolate llegaba hasta la escalera.
A medida que la gente abandonaba la casa, dejaba una habitación sin defensa y la tristeza no tardaba más que unos días en echarse encima. Así las fue cerrando con llave, cegando una tras otra con la esperanza de barrerle el paso, pero la tristeza se colaba por las rendijas.
Poco a poco se fue retirando hacia el comedor, refugiándose en aquella mesa donde siempre habían jugado a las cartas y que ahora soportaba sus solitarios. Allí le sorprendió la sombra del pasillo una mañana, cuando de un pequeño salto se coló en el comedor. Instintivamente miró hacia la ventana, hacía tiempo que la contemplaba como una digna escapatoria. Pero en vez de eso, recogió la baraja, la guardó en el cajón de la cómoda y sacó una palanca de hierro que tenía envuelta en un trapo.
Se adentró en la oscuridad del pasillo, no necesitaba palpar las paredes, conocía el camino de memoria. Se detuvo frente a la habitación de la entrada y clavó la herramienta en el marco hasta que saltó la cerradura. La luz se comió un cuarto de pasillo.
Se acercó a un sofá con el asiento ahuecado, tenía los brazos gastados a la altura de las palmas de las manos, y reconoció que aquella era la huella de su padre. Los estantes estaban repletos de fotografías amarillas y botes llenos de conchas. Cada bote tenía escrito un año, los veranos que pasaron en la playa, recogiendo piedras y conchas de la orilla.
La siguiente puerta cedió con más dificultad. Cuando los ojos se acostumbraron a la luz que entraba por la ventana, descubrió la habitación de un niño. Estaba exactamente igual que la habían dejado una mañana de agosto hacía 30 años. Abrió un cajón y olió la ropa con angustia, porque nunca se supera la muerte de un hijo.
Tras la tercera puerta había una cama de matrimonio, un viejo tocador con un cepillo del pelo y una foto de boda. Se fue directamente al armario y repasó la ropa de mujer con las manos. Tan sólo faltaba el vestido negro.
Apretó el marco de la fotografía sobre el pecho y el polvo le dejó una mancha sobre el corazón. Entonces se cambió de camisa, cogió una americana del ropero y buscó en la cómoda uno de aquellos pañuelos que su mujer guardaba con una ramita de romero. Pensó que nunca volvería a olerlos.
Se lo acomodó con ternura en el bolsillo de la americana y se fue hacia la calle, dejando tras de sí un pasillo lleno de luz. Ni siquiera palpó las llaves en el pantalón, ni miró hacia atrás como otras veces. La tristeza ya no tenía donde esconderse.

7/14/2004

Cazadores de Nubes

... Cómo el compadre Cabrera no se anima a postear lo hago yo ....

CONCURSO DE FOTOGRAFÍA

BASES DEL CONCURSO: Cazadores de nubes

La Fundación Española de Ciencia y Tecnología (FECYT) en colaboración con el Instituto Nacional de Meteorología (INM) y con la Asociación Meteorológica Española (AME), proponen la celebración de un concurso público de fotografías de nubes a nivel nacional.

A través de esta actividad, se pretende introducir al participante en los conocimientos básicos sobre observación, evolución e identificación de las nubes y se le ofrecen unas nociones básicas de predicción del tiempo, en una primera aproximación, basada en la observación nubosa.

Este concurso se apoya con un documento elaborado para soporte y ayuda del participante, disponible en la dirección web: http://www.cazadoresdenubes.com que, a modo de Unidad Didáctica, explica la diversa tipología de nubes existente, su morfología, características, proceso de formación y evolución así como las consecuencias meteorológicas asociadas.

La concesión de los premios del concurso se realizará durante la Semana de la Ciencia y la Tecnología 2004.



Exposito


Link


Expósito es una forma latina, palabra culta por tanto con la que se ha dado el mejor nombre posible a una realidad bastante dura. Este nombre lo inventaron y lo usaron ya los romanos con el significado que tiene en nuestra lengua. El verbo expono, exponere, expósui, expósitum significa "poner fuera", sacar. Las aplicaciones de este verbo son infinitas, y una de ellas fue la de dejar fuera de la casa (ex pósitus = puesto fuera) al recién nacido no deseado. Esta práctica de la exposición, del simple sacarlo fuera, fue practicada por todos los pueblos con intención de eutanasia, pero con la posibilidad de sobrevivir si a alguien le interesaba la criatura. En la india de los vedas fue muy común. La historia nos cuenta que en Grecia se llegaba más allá, yendo directamente al infanticidio. En Roma al paterfamilias, dueño absoluto de los hijos, el derecho le reconocía como un elemento más de la potestas patria el ius exponendi, es decir el derecho de sacar fuera de la casa, y dejarlo ahí para que se muera o para que alguien lo recoja, al hijo no deseado.
La palabra y el concepto del abandono consentido de los hijos han perdurado en nuestra cultura hasta hace menos de medio siglo. El cristianismo le dio una forma más humana para los hijos abandonados, a los que recogió en los hospicios y en las casas de expósitos; y para las madres manteniendo su anonimato. Quedaron sin embargo profundas huellas de la crueldad en que estaba envuelto algo tan grave. La cuerda rompía, como siempre, por lo más flojo. Al no tener estos niños padres conocidos, se les ponían apellidos que delataban su condición de niños abandonados: el más cruel era el ponerles directamente Expósito de apellido. Todavía en 1921 la ley establecía en España que los expedientes para cambiarse el apellido de Expósito por cualquier otro, serían gratuitos. Entretanto se arbitraron otras fórmulas, como fue ponerles a estos niños como apellido el nombre del santo del día, y ya más adelante los apellidos que quisieran ponerles (elegidos arbitrariamente) los responsables del hospicio, que ejercían de tutores suyos.