5/20/2006

Leñador

Las cuatro paredes se abalanzaron sobre el cuerpo, ya inerte, de Martín, el antiguo leñador de sueños proletarios. Esa vida azarosa le había llevado a un estado de semi-inconsciencia amarga que dejaba al resto de sus compañeros de trabajo: husmeadores de barnices imposibles, barqueros de truenos y repetidores de consejos, sumidos en la más profunda de las penas, esa que viene precedida por un fuego en los ojos y que te deja sosteniendo la cucharilla del café hasta los topes de azúcar sin saber que hacer en mitad del camino. Que la vida iba en serio, eso ya lo decía aquel loco sabedor de los más corruptos placeres, tan alejado de monótonos comportamientos (exclusivamente reservados a feos trabajadores de mortadela) y tan dedicado a asaltar crujientes alcobas con aroma de Filipinas. Iba en serio poeta, iba en serio: cuánto tardaste en darte cuenta? No sería en una de aquellas interminables borracheras, envuelto en cortinas de cuarto de joven veinteañera, embaucando tanto a la alegría como a las pequeñas figuritas del mueble del comedor de su madre, que decidiste que la vida iba en serio?
Qué injusticia: yo comiendo bocadillos de mortadela y tú, sí, tú, bebiendo whisky de a 6.000 pesetas la botella y soñando de madrugada, y recitando versos, y conquistando bellas mujeres, exhibiendo tu genialidad en grandes coches-cama camino de Florencia. Yo me quedo profundamente afectado por el envejecimiento de todo lo que me toca y, entre rodaja y rodaja de mortadela, veo a viejos agitadores sociales llamándome a desgajar mi tierno cerebro para ofrecérselo a la perpetua desidia (santa), a la melancólica pasividad (incorrupta) y al alcohólico desafuero que me ofrecen tus labios.

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