5/20/2006

Receta

El lenguaje de los sueños se prepara de la siguiente manera: se pelan dos tomates, se pule el alabastro de los poemas de Gustavo Adolfo Béquer, se desmembra un viejo grupo de amigos, se estiran todas las cintas métricas al alcance hasta unos 130 centímetros aproximadamente, se gesticula sin mucha convicción durante unos 15 segundos y se llena la bañera (o en su defecto, el plato de ducha, teniendo en cuenta que el resultado será mucho menos embaucador) de todos los paraguas de que se disponga en la casa, pudiendo añadir, como toque final al sazonado, uno de los paraguas de flores de la vecina de al lado.

Si no se dispone de la suficiente ilusión y amor por los barrancos, verdaderos paisajes naturales del cerebro, el lenguaje se verá coartado por esa no presencia de amor e ilusión y muy probablemente se vestirá y se ofrecerá a otra cabellera, quizá más pura o, quizá más puta. Si por el contrario, la cantidad de confianza en si mismo y en el resto de sus congéneres, llena más de un 65% de la capacidad de su mochila genital, chapeau!!!, usted se encuentra en un momento óptimo para liarse la manta de el lenguaje de los sueños a la cabeza.

Reúnase con todos sus seres y enseres más queridos y gocen de la perspectiva que dan esos calendarios de mano de una época no muy lejana y dejen que el cielo les saque a bailar (una mazurca preferiblemente, su gran especialidad) y les invite a una copita de Oporto, ese Oporto que guarda con tanto cariño (solo para ocasiones muy especiales) en ese rinconcito justo encima de Botswana. Que gozada, amigos. Relájense y olvídense de esas insoportables grapadoras que todo lo unen: facturas con sus correspondientes albaranes, albaranes que no se corresponden con la factura, hombres y realidad, realidades con el hombre equivocado (quizá un traspapelo, quién sabe), en fin, un desgobierno con apariencia de orden (real!!!, que dicen los que grapan a su antojo, los muy hijos de la gran chingada). Relájense, relájense, y no olviden anudarse la corbata de hinojo mientras recitan el abecedario imprevisible del lenguaje de los sueños. Para acabar: un eructito, que menos, no?.

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