3/02/2004

Navajas lisboetas en barras de cerámica, condescendencia ibérica y sonrisas cósmicas para indicar el camino hacia una buena "Sagres". Tranvías que descarrilan, como los sueños de una vida mejor, allá en la cima del viento. Dos amigos, jóvenes y silenciosos, con el silencio que da la seguridad, la seguridad de ser feliz. Ser feliz con un "bife" de madrugada con hígados y páncreas, también estómagos, a modo de farolas en una calle con nombre de Rosa (quizá sea la Rua Atalaia, ¿quién sabe a estas alturas?) ...

Alturas que permiten vernos sentados, de nuevo, allá abajo. En la misma barra, que por cotidiana no deja de sorprendernos, comiendo las mismas navajas. Los mismos "quejíos". Alturas que permiten vernos de nuevo, solo que con una cara distinta, difuminada, quizá parecida a la del futbolista Eusébio o quizá a la del escritor Antonio Lobo Antunes (¿quién sabe a estas alturas?).

Maldito ese día en que tiramos nuestros ojos al Tajo y caminamos y caminamos en busca de un Boeing 747 que peinara nuestros pensamientos. Shhhhh .... silencio.

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